viernes, 5 de junio de 2015

Cuando la pena cae sobre mí...

Salimos a respirar la noche. Era la primera vez que se vestía de una naciente primavera; no hacía frío y la luna en creciente se escondía juguetona entre las nubes. Su presencia inesperada hizo que nuestra conversación fuera entre susurros; estaba allí sentado en el murete que rodea la zona ajardinada. Se pasaba las manos por el cabello, las entrelazaba luego y las extendía sobre sus rodillas, las palmas hacia el cielo, fijando su mirada en ellas como si de un libro se tratara. Pensé que no tardaría demasiado en tocar  nuestro timbre y no me equivoqué.  Mi compañero apuntó su nombre y eche un rápido vistazo a su historia. Le puse vagamente un rostro a quien la oscuridad de la noche había convertido solo en una silueta joven y esbelta. Varias habían sido las veces en los dos últimos meses en que había acudido pidiendo ayuda, siempre por la noche; a esa hora en que la soledad es más estridente y las penas, si cabe, son más penosas. Esta vez su historia no era diferente a las otras. Angustia. Una angustia poblada de rostros, de fechas, de malas suertes y peores compañías.  Una historia de ausencias, de culpas, de condenas ya pagadas y sin embargo no aliviadas; una historia de soledades, de voces huecas, de besos lejanos, de amores huidos, de corazones quebrados. Una historia de fracasos enlazados, de falta de esperanza; una casa vacía que ya no es un hogar, solo una cama revuelta en la que el cuerpo no encuentra refugio ni el sueño acomodo.

Un hombre joven, no llega a la treintena, llora sin tapujos, sentado junto a mí mientras desgrana sus batallas perdidas. La luz blanca de la consulta se me antoja fría, despiadada. El cabello moreno y abundante, brillante como los ojos anegados en lágrimas; le tiemblan los labios mientras habla, se le quiebra la voz en un sollozo que acalla con esfuerzo, recompone el gesto y el lamento quedo flota en el ambiente silencioso,  desesperanzado… Deja de hablar y me mira; ahora parece que me toca a mí. ¡Qué difícil! Porque no se me ocurren más que trivialidades…A mí lo que me sale es un consuelo fácil, qué bobada, qué inutilidad…es como salir corriendo…Así que mejor me callo, escucho incluso su silencio, le miro y poco más; confío que sea algo más útil que decirle que es muy joven, que la vida es muy rara y que seguro que se pone de su parte, yo qué sé. Tampoco es que esté muy inspirada, la verdad. Este es un servicio de urgencias y esta noche cálida y hermosa, la urgencia era escuchar, transformar el silencio y acoger la voz y el llanto de este hombre joven que llora ante mis ojos sin esconder sus lágrimas. Nada más, o por lo menos, así lo siento.


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